domingo, 6 de junio de 2010

Epumer nos acompaña





El mito alemán del Doppelgänger (el doble que anda / el que camina al lado) nos dice que todo ser vivo tiene, en algún lugar del mundo, un doble de sí mismo, con una apariencia idéntica, pero con carácter opuesto. Encontrárselo frente a frente suele ser interpretado como un presagio de muerte, algo que cuenta estupendamente Kieslowski en La doble vida de Verónica. La literatura romántica, con sus típicas transformaciones y creación de autómatas, ha tomado esta idea para reflejar el lado oscuro de sus protagonistas, o algunas veces, la voz de la conciencia, como en William Wilson, el relato de Poe. Desde cualquiera de sus manifestaciones el doble siempre saca a la luz algo que necesitamos saber. También puede ser un aliado.




La relación entre lo sombrío y misterioso de las elecciones afectivas aparece a través de estas dos mujeres protagonistas que se comportan como exiliadas dentro de un evento de iniciación social: la celebración del matrimonio. Con un deseo ambivalente hacia los rituales amorosos, torpes en el cortejo, moviéndose en tándem, hablan de amor y de todo lo que vendrá con el hombre que desean y espían. Lo tendrán si es que logran resolver el enigma que él les propone. Cuento de hadas invertido. Como en una Turandot trastocada, aquí la resolución está en mano de las mujeres. Saben que se necesitan para comprender, juegan el aspecto solidario del doble. Entienden sencillamente que cuando no se puede solo, el otro nos ayuda a unir las partes significantes.